23.6.08

Vuelve el toro

El toro regresa. Tal vez nunca se marchó, pero el caso es que ahora, espoleado por la Eurocopa de fútbol, el vuelve para auparse símbolo de la identidad nacional, independientemente de la Fiesta en la que comparte el protagonismo con el torero y en la que siempre sale derrotado.
Ya sea en el Campeonato del Mundo de motoclismo, la fórmula 1, los partidos del tenista Rafael Nadal o ahora el fútbol en el que esta noche la selección vuelve a jugarse el todo o nada, itinerantes por y estadios de todo el muestran orgullosos su con el toro negro como del anodino escudo que nada del carácter español y que reconoce fuera de nuestras fronteras.
"No cabe duda de que es así. Y es curioso porque no hemos hecho otra cosa que asimilar la idea extranjera que se tiene de nosotros. De que somos un país de fiesta, baile y toros", explica el investigador del CSIC Francisco Colom. "Yo diría que el toro en general, sino uno concreto, el toro bravo de Osborne, el que se ha convertido en símbolo de la identidad nacional. Es ya, indudablemente, parte del inconsciente colectivo", narra Jesús de Andrés, profesor de Ciencia Política de la Universidad Nacional de Educación a Distancia (UNED).
De Andrés, especialista en símbolos y memoria histórica del franquismo, indica que el toro empezó a aparecer en la bandera española hace 8 o 9 años, algo después de que Josep Borrell ordenase derribar las vallas publicitarias de todas las carreteras españolas y con el indulto de los toros los encumbrase como "especie protegida".
"En un principio fue la extrema derecha la que se apropió de él para sus manifestaciones. Era una estrategia para no exhibir el escudo constitucional, que siempre rechazaron, y tampoco el águila franquista sin renunciar a la bandera nacional. Luego fue la derecha más amplia la que se apropió del toro y se pudo ver en muchas de sus manifestaciones donde tampoco había lugar para el águila. Aún no terminaban de simpatizar con el escudo oficial", retoma los orígenes de su utilización como símbolo.
"Pero ahora el uso se ha extendido por una cuestión de merchandising. Ha perdido toda su carga política y ha desaparecido de las manifestaciones de los partidos. A mi juicio, lo que ahora sucede es una evolución muy concreta y emocional consecuencia de un proceso. Verlo tan presente en los espectáculos deportivos es una constatación de que ya no tiene esa carga política de hace unos años", resume Jesús de Andrés.
Para Colom, no deja de ser curioso que estemos recuperando una imagen de nosotros mismos que se nos impuso a principios del siglo XIX desde Francia y que luego se utilizó durante la Guerra Civil y el franquismo con el propósito de promoción turística y notable éxito. "Pero no nos ha ido tan mal. España sigue teniendo gracias al toro y otros símbolos una imagen exterior como reducto de la autenticidad que atrae a los turistas. Muchos otros países no pueden decir lo mismo" en cuanto a la posesión de un símbolo fácilmente identificable, relata desde Vancouver, donde comparte estos días espacio con investigadores de innumerables puntos del planeta.
Su memoria lleva las primeras imágenes del toro sobre la bandera española a las misiones militares del ejército español en países en guerra. Sucedía a mediados de los años 90, lejos de España y mucho más lejos de las plazas de toros, escenario natural de este animal autóctono. su juicio, la vinculación entre imagen del toro bravo y la fiesta de los toros, que ahora José Tomás vuelve a tomar relevancia en los medios de comunicación pero cuyo respaldo popular es decreciente a medida que pasan los años, es cada vez menor. "Vivimos en un mundo de mercadotecnia. El toro es ahora un símbolo de espíritu temperamental, de una forma de vida concreta. Nada que ver con el espectáculo taurino", del que la mayoría de las personas que exhiben la con el toro no ha participado nunca, opina Colom.
Y es que, aunque parezca extraño, cada año se suman más y más festejos taurinos en ciudades y pueblos de todo el territorio, a pesar de lo cual la ciudadanía muestra una lenta pero constante desafección por la fiesta. La última encuesta realizada por la empresa Gallup en el 2006 sobre el fenómeno señalaba que el 27% de los españoles se mostraba entonces interesado en las corridas de toros, mientras que un 72,3% no mostraba ninguna simpatía por ellas. El apoyo había decrecido con respecto a la realizada en el 2002, pero en cualquier caso dejaba al descubierto el escaso respaldo a las corridas y lo que entrañan.
El toro bravo, pues, como símbolo de identidad nacional al margen de su sentido original y su supervivencia como especie animal. (Los adeptos a las corridas suelen argumentar que, sin la Fiesta, el toro bravo desaparecería.) Y precisamente por el relieve simbólico que ha adquirido como representación de lo español, es también objeto del rechazo de quienes desde otras comunidades como Catalunya reivindican su propia identidad.
La última valla del toro bravo de Osborne que quedaba en la comunidad, concretamente en El Bruc (Barcelona), fue derribada en agosto del año pasado por una veintena de militantes del grupo Bandera Negra en una larga acción que ellos mismos denominaron en su reivindicación como "patriótica".
Los estudiosos tienen claro que el rechazo catalán al toro no es otra cosa que la lucha de un nacionalismo contra otro. "Cada comunidad tiene su contrasímbolo. En Catalunya es el burro. Por eso cuando el toro bravo de Osborne comienza a tomar protagonismo como símbolo es cuando algunos nacionalistas actúan derribando los carteles. Es una reacción de combate", dice De Andrés repasando las fechas en que se produjeron los actos vandálicos que echaron por tierra las últimas vallas a la vista de los automovilistas catalanes.
"También en buena parte de Sudamérica se abolieron las corridas de toros cuando se consiguió la independencia. Sucedió en Argentina, Chile y otros muchos lugares como forma de rechazo a las costumbres de la metrópoli", aporta Colom como explicación a la escasa adhesión que la imagen del toro rescata en la mayor parte de Catalunya. Otros países como México o Perú lo conservaron, pero rechazaron otros muchos símbolos españoles para afianzar su propia identidad recurriendo a las civilizaciones precolombinas.
No obstante, derribar vallas o desterrar algunas imágenes no sirve de mucho. "Los símbolos están vivos. Cambian con el tiempo. Además, su significado varía dependiendo de quién, cuándo y cómo lo utiliza. Ahora en los espectáculos deportivos se ha desprovisto de cualquier carga en el sentido político, por lo que nadie lo ve como una imposición", aporta Jesús de Andrés.
Colom añade que, en el caso del toro, su ascenso como símbolo tiene mucho de "generación espontánea". Parece claro que no hay nadie interesado detrás de la exhibición de estas banderas ni de que el toro sustituya al escudo coronado. Ni siquiera Osborne, la bodega cuya propiedad sobre la sombra del toro bravo que puebla las carreteras se le escapó de las manos hace muchos años. Los jueces tuvieron que decirles que sus toros forman ya parte del interés cultural de España.
Parte del paisaje y la memoria
Lo idearon como una simple marca comercial hace 51 años. Su diseñador, Manolo Prieto, tenía el encargo de promocionar el brandy Veterano de las Bodegas Osborne y optó por una imponente figura de un toro muchas veces calificado como testicular que debía retar a los automovilistas desde las laderas de las carreteras españolas. Explican los estudiosos del diseño gráfico que pronto se entendió que la figura creada por Prieto y su rápida extensión habían trascendido con mucho los propósitos iniciales de la marca. Ya en el año 1972 The New York Times Magazine utilizó como emblema de españolidad en una de sus portadas la imagen de ese toro recortada contra el cielo. Pocos tenían duda de hasta qué punto eran parte del paisaje español, pero una normativa de 1988 fue el catalizador para constatarlo. El entonces ministro de Obras Públicas, Josep Borrell, incluyó en la ley general de Carreteras la obligación de retirar todas las vallas publicitarias que había junto a las diferentes vías. Osborne optó entonces por suprimir las letras y dejar únicamente la silueta del toro. En 1994, otra vez, el gobierno trató de acabar con ellos por medio del reglamento de carreteras. Se desató entonces la campaña "Salvemos el toro". Ayuntamientos y comunidades lucharon y consiguieron que las siluetas fueran indultadas y consideradas como "un bien cultural". Posteriores sentencias sobre la propiedad intelectual de la silueta no han hecho más que enfatizar su carácter identitario para disgusto de los abogados de Osborne. Según los jueces, los más de 90 toros que aún quedan son mucho más que una marca.

La Vanguardia

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