31.8.12

XXVII Congreso Nacional de Vexilología


Los próximos 6 y 7 de octubre tendrá lugar en Plasencia (Cáceres) el XXVII Congreso Nacional de Vexilología, evento que organiza cada año la Sociedad Española de Vexilología.
El lugar de celebración será la Sala Verdugo, situada en la calle Verdugo, s/n. La asistencia es gratuita.
Al mismo tiempo, se celebrará una exposición de banderas de distintas épocas y lugares, pertenecientes a la colección de la SEV y de algunos de sus miembros.
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24.8.12

Experto ruso revela los secretos del tricolor del Kremlin

Las banderas de Rusia que ondean en el Kremlin y en la sede del Gobierno ruso están hechas en tejido especial y tienen proporciones exclusivas, esos y otros secretos fueron revelados por el responsable del tricolor izado sobre los edificios gubernamentales del país, Serguei Babenko, en ocasión del Día de la Bandera de Rusia.

“Cuando elegíamos la tela para confeccionar las banderas partimos de que debe ser muy resistente. ¿Se imagina la situación cuando el estandarte del Kremlin se rompe y solo quedan trozos de tela agitándose en el aire?”, dijo Babenko en una entrevista al diario Moskovskiy Komsomolets.

Para evitar que esto ocurra, mas banderas de uso oficial del país se realizan en un poliéster especial y no en el crespón, como se hacía antes.

Otro secreto es el tejido muy diferente al que se aplica en la fabricación de la mayor parte de los textiles, y por ello, las banderas oficiales que ondean sobre elñ Kremlin o sobre la sede del Gobierno y el parlamento tienen una resistecia excepcional.

“Por ejemplo, si en su lugar colgamos sobre el Kremlin o la sede del Ejecutivo una camiseta de algodón, al paso de dos o tres horas solo quedaría la parte del cuello”, dijo Babenko en alusión a los fuertes vientos que agitan las principales banderas del país.

Al mismo tiempo, el experto reconoció que la vida útil de la bandera, incluso de la más resistente, no es muy larga.

Así, el tricolor de la sede del Gobierno es revisado cada dos semanas, porque está a más de 100 metros de altura y le afectan más los vientos que al estandarte del Kremlin que, al ser colocado a una altura más baja, pasa un examen cada mes y medio y en caso de presentar un buen aspecto, es lavado y devuelto a su lugar sin la necesidad de ser sustituido por otro igual.

La principal bandera de Rusia, de 3 por 4,5 metros, adorna una de las cúpulas del Kremlin. Mientras, sobre la residencia de Vladímir Putin está izado un estandarte presidencial de 2,5 por 2,5 metros. Se trata de unas réplicas de los símbolos nacionales rusos, pues los originales se encuentran en el despacho del Jefe del Estado. Por su parte, la bandera de la sede del Ejecutivo ruso tiene las mismas dimensiones que la de Kremlin.

Como ocurre con cualquier bandera del mundo, sus enemigos principales son las aves, pero las palomas y los cuervos al volar sobre el Kremlin guardan prudente distancia del tricolor ruso, "lo que pasa es que por su tamaño, la bandera rusa produce un ruido espantoso para las aves", dijo Babenko al recordar que el Kremlin se encuentra sobre siete colinas, donde soplan vientos permanentes durante todo el año.

17.8.12

Heráldica local en lista de espera

RAFAEL FRAGUAS Madrid 17 AGO 2012 - 00:02 CET

De los 179 municipios de la región, la inmensa mayoría posee hoy escudo propio. Muchos cuentan también con bandera. Los lugareños ven representadas en ellos y en los estandartes que los estampan señas de su identidad y su pasado. Unos y otros incluyen una serie de elementos significantes, teñidos generalmente en cinco colores, gules (rojo), azur (azul), sable (negro) sinople (verde) y púrpura, así como representaciones de objetos, animales y lemas cuya combinación produce un significado que distingue e identifica a quienes de ellos se reclaman. Hay además aditamentos ornamentales como cintas, lambrequines u orlas. Contrariamente a lo que suele creerse, cada español, y por extensión cada madrileño, tiene el privilegio de elegir las armas de su propio escudo independientemente de su origen y de su posición social. “De tal distinción carecen otros nacionales europeos”, señala Fernando del Arco, heraldista y durante décadas presidente de la Sección de Heráldica y Genealogía del Ateneo de Madrid. Es autor del libro Labras heráldicas madrileñas.

Montes, zapatos y aviones

El escudo de Becerril de la Sierra muestra tres montes blancos sobre fondo azul de su cercana serranía; hasta 12 tortugas figuran en el de Galapagar y doce colmenas blasonan el de Colmenar Viejo, mientras un castillo incendiado signa el blasón de Velilla de san Antonio; en el escudo de Carabaña, famosa por sus aguas medicinales, hay una gran fuente; y en el blasón de Chapinería un bota lo singulariza, en recuerdo de los zapateros de chapines que allí faenaban. Uno de los blasones más pintorescos es el de Getafe que pese a su origen altomedieval luce, hoy innovado, una decena de aviones de plata.

Elaborar el repertorio heráldico de Madrid no fue tarea sencilla. Menos de la mitad de los municipios de la región, concretamente 74, ya lo tenían desde tiempo inmemorial. Pero el resto, hasta 179, tuvo que dotarse de uno nuevo así como de una bandera propia a partir de 1985, ya que la antigua provincia de Madrid pasó a ser Comunidad Autónoma uniprovincial. Pero, aún hoy, los Ayuntamientos de Madrid, Brunete, Chinchón, Somosierra y San Agustín de Guadalix “no han tramitado o no han obtenido aún la preceptiva autorización de sus escudos por parte del Gobierno regional”, según fuentes de la Comunidad de Madrid. Por su parte, fuentes municipales madrileñas subrayan que el escudo de la ciudad tiene un pasado centenario y que como tal ha sido registrado en la oficina registral de Patentes y Marcas en el año 2009, hecho que consideran acreditación suficiente.
Unificar criterios

Las normas estatales y autonómicas al respecto, emitidas entre 1984 y 1987, trataron de unificar criterios modificando una legislación estatal anterior que databa de 1952. “Las nuevas normas exigían a los Plenos municipales un expediente y un proyecto sobre escudos y banderas, encomendados a un heraldista, de tal manera que aunaran historicidad municipal, valores reconocidos, distinciones características de cada villa y preferencias de los lugareños”, explica el heraldista Fernando del Arco, que informó entonces algunos emblemas. La aprobación de tales insignias correspondía a la Comunidad Autónoma, según sendos Reales Decretos de marzo y julio de 1984 y 1987, respectivamente.

En muchos de los flamantes escudos abundan hoy las olas de plata y azul que caracterizaban a villas ribereñas de los ríos que riegan la región. En muchos otros escudos figura un acueducto, vestigio de la pertenencia medieval a Segovia de numerosos municipios madrileños, casi todos los del centro-noroeste y algunos del centro-sur. Otro de los elementos heráldicos más repetidos en la escudería blasonada madrileña es el lema de las familias latifundistas de los Mendoza, duques de Medinaceli y del Infantado, emparentados con los de Lerma y Osuna:Ave María gratia plena. El caso de Rivas Vaciamadrid es hoy singular, ya que, si bien posee un símbolo de identidad corporativa, con una estrella de plata, por desavenencias entre el Pleno municipal y la Academia de la Historia, que brinda su dictamen, ha carecido durante años de escudo y de bandera homologados por el Gobierno regional, según explica Jacinto Martín de Hijas, que fue funcionario municipal allí desde 1979 hasta su reciente jubilación.
Siete estrellas sobre fondo rojo

El despliegue de escudos municipales abarca hoy un polícromo abanico. Al ser el carmesí el color por excelencia de las dos Castillas, a caballo de las cuales Madrid cabalga, fue el pabellón rojo sobre el que se estamparon las siete estrellas y las dos torres castellanas de plata que configuran hoy el escudo y la bandera regionales. Hubo parlamentarios del PP que acusaron entonces a los diseñadores del estandarte madrileño de reproducir la bandera del vietcong comunista vietnamita, como se recordaba con sorna en el entorno del socialista Joaquín Leguina, primer presidente del Gobierno regional. Sus adversarios parecían desconocer que las siete estrellas figuraban en el propio escudo de Madrid desde la Edad Media. Por cierto, cuentan las crónicas que en plena batalla de Las Navas de Tolosa (Jaén), en 1212, el estandarte de una mesnada de guerreros madrileños, con su osa erguida sobre el madroño, fue confundido con el pendón del Señorío de Vizcaya, que mostraba un gran lobo.

Madrid presenta la particularidad de rematar su tradicional escudo municipal con una corona real abierta –la mayoría de los regionales lo hacen con una corona cerrada-, que algunos heraldistas consideran signo imperial por haber sido la cortesana villa capital de un imperio.
Vestigios medievales

Aunque el auge capitalino no sobrevino hasta el siglo XVI bajo Felipe II, que asentó establemente la Corte, Madrid conserva algunas labras armeras de origen bajomedieval: las más vetustas se encuentran en la plaza de la Villa, sobre el dintel de la que es hoy sede de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas. Se trata de la casa contigua a la Torre de los Lujanes, un linaje familiar de los más veteranos de la ciudad -coinciden los genealogistas- junto con los de Luzón, Zapata, Barrionuevo, Gato y Ramírez. Son dos escudetes bajomedievales, fechados en torno a 1470, muy semejantes a otros que tachonan la fachada de la iglesia de los Jerónimos, construida en 1506, y a otros más que ornamenta la tardo-gótica capilla del Obispo, en la plaza de la Paja. No obstante, el escudo más veterano de la ciudad por el motivo de su hechura, es el blasón del Papa Inocencio VI, con las tres coronas de su tiara, que se encuentra a la espalda de la iglesia de san Ginés de la calle del Arenal. Fue allí instalado tras una bula emitida en 1358 por aquel Pontífice para privilegiar con indulgencias a quienes ayudaran a la reconstrucción del templo madrileño, saqueado poco antes por infieles.

En la Ciudad Universitaria de la Complutense se encuentra la pétrea puerta del antiguo Hospital de La Latina, que contiene cuatro escudos medievales de 1499, y que se atribuye a un alarife morisco de nombre Hassán. Fue trasladada piedra a piedra desde la calle de Concepción Jerónima, su primitivo enclave. Uno de los más bellos escudos heráldicos de Madrid se atribuye a un diseño del artista italiano Juan Lorenzo Bernini, el hombre que magnificó y universalizó Roma. El gran blasón, de fines del siglo XVII, destella en la iglesia de las Calatravas de la calle de Alcalá.

La fachada heráldicamente más ornamentada pertenece al Antiguo Hospicio de San Fernando, en la calle de Fuencarral, 78, que muestra junto a los dinteles de sus ventanas hasta 14 blasones de distintos reinos hispanos. Fueron labrados entre 170 y 1726 por orden del arquitecto Pedro de Ribera, autor de la fachada churrigueresca del hoy Museo de Historia y hasta hace poco Archivo Municipal.

Entre las labras armeras de mayores dimensiones de Madrid, aparte de las que coronan el Palacio Real, figura la que blasona el edificio que fuera Cárcel de Corte, hoy Ministerio de Asuntos Exteriores, en la plaza de las Provincias, Junto a la Plaza Mayor. Otra de muy gran tamaño remata el palacio de Murga o de Linares, sede de la Casa de América, en la plaza de Cibeles. Sin duda el blasón pétreo de más tamaño en toda la región es el que tachona el frontispicio del palacio arzobispal de Alcalá de Henares, de unos tres metros de diámetro, que perteneció al cardenal e infante de España Luis de Borbón. Data del siglo XVIII.
Un museo blasonado

El Museo Nacional de Artes Decorativas, según informa su jefa de Documentación, Ana Cabrera, “atesora un ajuar de hasta 700 emblemas heráldicos, inventariados por la estudiosa portuguesa Sofía Gomes da Costa, en unos 500 objetos ornamentales”. Decoran crista, metales, cerámica -los famosos botanes de Farmacia-, cuero, muebles y vajillas“, como muestra la primorosa sopera de Felipe V, esmaltada con el escudo de la Casa de Borbón. Deslumbra el llamado paño de Estado, un tapiz funerario arzobispal del siglo XVII bordado en oro y pedrería, de más de tres metros de longitud”, señala la responsable documentalista.

San Lorenzo de El Escorial, Aranjuez, Torrelaguna y Navalcarnero son quizá las localidades madrileñas con mayor número de blasones –no cabe olvidar ni el Palacio Real de Madrid ni los Sitios Reales de las dos primeras localidades, verdaderos viveros heráldicos- pero muchos otros municipios timbran con heráldica propia sus mejores casas solariegas y sus edificios consistoriales donde, cada mañana, las banderas locales flamean al viento desde lo alto de sus balcones exhibiendo sus signos distintivos.

5.8.12

El sur de Estados Unidos se aferra a sus señas

MARC BASSETS | RICHMOND (VIRGINIA)
Corresponsal

La bandera confederada es, para muchos norteamericanos, un emblema racista, una herencia del esclavismo y la segregación que se asocia a los estados del sur, derrotados en la guerra civil.

Pero el sur -un territorio imprevisible, todavía un enigma para una parte del país, para los yanquis del norte- ofrece a veces al visitante desprevenido giros inesperados. Por ejemplo: toparse con negros -descendientes de los esclavos y después víctimas del apartheid que existió en esta parte de Estados Unidos hasta un siglo después del final de la guerras- que enarbolan la bandera de la Confederación, la cruz de San Andrés azul con estrellas blancas y sobre un fondo rojo.

Un sábado de julio en Richmond -capital de la Confederación durante la guerra, entre el 1861 y el 1865- una decena de personas se han congregado frente al Museo de Bellas Artes de Virginia y la Capilla Confederada. Esta iglesia diminuta se ubica en terrenos propiedad del museo, que en el 2010 prohibió que la bandera confederada ondease en la capilla: no parecía la mejor carta de presentación para una institución con vocación cosmopolita.

Los congregados protestaban contra lo que consideran una "profanación". Entre los manifestantes se encontraba John Henry Taylor, un policía retirado. "Desde 1865 somos un país ocupado. Igual que Francia durante la Segunda Guerra Mundial", dijo. Cuando intentó plantar una bandera en los arbustos que separan la iglesia de la calle, una pareja de policías le instó a retirarla. Trifulcas como esta -por una bandera, por un símbolo- no son excepcionales en los viejos estados de la Confederación.

Tras el intento infructuoso de plantar la bandera, llegó al lugar de la protesta una mujer vestida con los colores sureños y con la enseña confederada en la mano. "Ya que no quieren verla, les daremos un montón", dijo. La mujer, que se llama Karen Cooper, es afroamericana, y no ve contradicción entre este hecho y su apego a lo que -guste o no a los defensores de la bandera- es un símbolo de la opresión. Para ella, "representa la libertad". ¿Cómo?

"Quizá los yanquis no lo reconozcan. Pero esta es una bandera americana. Los sureños somos americanos. Somos verdaderos americanos. Somos verdaderos patriotas. Creemos en nuestra Constitución. Y el país se fundó con esclavos. Y si no estoy enfadada con los padres fundadores, no puedo enfadarme con mis hermanos sureños -argumentó Cooper-. Si no culpo a los africanos que nos vendieron, no puedo culpar a los sureños".

El sur del 2011 tiene poco que ver con el de hace 50 años, cuando se conmemoraba el centenario de la guerra civil. El sur es más diverso: por la inmigración interna (negros del norte regresan a la tierra de sus abuelos) y externa (la pujanza hispana es visible en estados como Georgia o Virginia). Los problemas de su economía, postrada durante décadas, son similares a los del resto del país. En el 2008 un candidato negro como Barack Obama desafió los prejuicios y ganó en Virginia y Carolina del Norte. Los acentos se diluyen. Para una mayoría, la bandera significa poco.

Y, sin embargo, muchos sureños se aferran a sus señas de identidad. O quizá ocurra que, cuanto menores son las diferencias, más necesidad hay de resaltarlas. Sería lo que el escritor y político canadiense Michael Ignatieff llama, retomando una expresión Freud, el "narcisismo de las pequeñas diferencias". La bandera, los héroes, una manera de explicar y explicarse la guerra distinta al resto del país: el sur ha cambiado, pero, para citar la célebre sentencia del más ilustre de los novelistas sureños, William Faulkner, "el pasado no ha muerto; de hecho ni siquiera ha pasado".

¿Cómo explicar, si no, la abundancia de las banderas confederadas una vez se cruza el río Potomac, desde Washington, para adentrarse en la Confederación? ¿Cómo explicar la afición, más intensa aquí que entre los yanquis, a recrear batallas de la guerra civil? ¿Cómo explicar que Nikki Haley, la gobernadora de Carolina del Sur, originaria de la India y en apariencia ajena a la herencia identitaria de la región, haya defendido que la bandera confederada se mantenga frente al Capitolio de Columbia, la capital del estado? ¿Puro folklore?

No son sólo las banderas. El sur tiene sus mitos. Muchos sureños cultivan un relato de la guerra civil que poco coincide con la historiografía seria. De la misma manera que los orígenes de la guerra civil española, 73 años después de terminar, sigue siendo objeto de disputa política, al hablar de la guerra civil de EE.UU. se insiste que no hubo ni buenos ni malos, que todos los bandos cometieron atrocidades, o que el motivo principal de la guerra no fue la esclavitud en el sur sino motivos de otro orden (la hegemonía económica o las competencias de los estados). La historia canónica -el norte tenía la razón moral- se discute en el sur.

En el cementerio de Hollywood, en Richmond, reposan los restos de generales sureños y de Jefferson Davis, el presidente de la Confederación durante la guerra, el homólogo y rival del presidente legal, Abraham Lincoln. El mismo día que, frente al Museo de Bellas Artes de Virginia, se organizaba la protesta contra la profanación de la bandera, Eric Richardson, un historiador de Carolina del Norte, desafiaba el sol y el bochorno para colocar banderitas en las tumbas de soldados de este estado caídos durante la guerra.

"A quien me diga que el racismo es un problema sureño yo le digo: 'Sí, si ponemos la frontera en Canadá. No es un problema sureño. Es un problema americano", dijo. "Ahora hemos reducido la guerra civil americana al debate sobre una cosa: la esclavitud. Desafortunadamente no puedes convencerme de que un hombre pobre que no tiene esclavos está dispuesto a morir para defender que alguien los tenga". Un argumento habitual es que la mayoría de combatientes de la Confederación no eran propietarios de esclavos y, por tanto, no luchaban por la esclavitud.

Las heridas, sostiene, "siguen abiertas" y tardarán "otros 150 años" en cerrarse.

-Es mucho tiempo, ¿no?

-En el sur, no. Es como si fuera ayer -respondió-. Recuerdo cuando yo era pequeño. La familia iba a visitar cementerios. Una abuela o una tía-abuela te decía: "Aquí está enterrado el tío George, el tío-abuelo Fred aquí, y aquí la tatarabuela, pero su marido no, porque está en Gettysburg".

El campo de batalla de Gettysburg está en Pensilvania.

"Así que -prosiguió- en el sur, desde que naces hasta que creces, esto es lo que te enseñan. Cuando vas a la escuela, intentan deshacer lo que tu madre, tu abuela, tu tía-abuela te enseñaron. Y no funciona. ¿Me estás diciendo que lo que mi madre me contó es incorrecto?".

La Vanguardia